Jirones de la Historia

Este es un blog dedicado a todas aquellas personas interesadas o amantes de episodios de nuestra Historia.


Alejandro Magno contra el Cínico


Uno altivo y otro sin ley,
así dos hablando estan.
Yo soy Alejandro el rey,
yo soy Diógene el Can.

Vengo a hacerte más horada tu vida de caracol.
A si, pues no me tapes el sol







lejandro





jueves, 14 de febrero de 2013

IRONIAS DE LA VIDA

. ¿IRONIAS DE LA VIDA?


Que quizás mejor realidad que la vida misma, donde como se dice “todo es relativo”.


Y es como el día diez de diciembre pasado, mi familia y yo regresamos pletóricos de la Haza del Lino, restaurante en zona montañosa de gran belleza forestal, donde nos desplazamos a almorzar y disfrutar de un sábado agradable.

Nada hacía de presagiar que al regresar a casa, sin previo aviso o malestar que lo justificare, sentí un dolor agudo en el vientre que se acrecentaba sin cesar, y como el mal no cedía, tuvimos que llamar a una ambulancia que me trasladó al hospital y me ingreso en urgencias.

Allí me atendieron rápidamente y a ello colaboró el que la sala estaba desierta, pues como se sabe no somos muy propicios a acudir a los centros de salud los días de fiesta, y a lo que se añadía a esta hora jugaban los equipos de Real Madrid y Barcelona

Y así sin que nada lo impidiere, muy afablemente, una joven médico, puso todo su empeño y encargo me realizaran diversas pruebas diagnósticas (análisis, radiografía, ecografía, tac, etc) que si bien descartaron la posibilidad de apendicitis o cálculos renales, los gases no dejaron ver mucho más que orientarse a los facultativos.

Ya de mañana, como el dolor persistía, el Dr. Ferrer, cirujano, dijo que la exploraciones no indicaban mucho, pero el intestino estaba perforado y no había tiempo que perder, el quirófano puso de manifiesto que todo el mal era causado por una espina de pescado que había originado una peritonitis.

Pero con la operación no acabo el tormento que continuo casi cincuenta días, y fue tal el suplicio, que a veces pensaba que aquello sería irreversible.

En este estado, esperaba con gran avidez la visita diaria del médico de turno a ver si alguna vez me confirmaba alguna mejoría próxima, pero lógicamente, poco locuaces y con la mejor sonrisa, daban tiempo al tiempo, que no era cosa de días si no de semana y meses.¡Qué no desesperara!.

Un nuevo paso por el quirófano porque la herida se abriera una y otra vez, no supuso, al parecer, la mejora apetecida, y el personal sanitario se desvivía curándome tres veces al día, pero aquello supuraba y supuraba.

Hasta que el Dr. Ferrer, en su día de turno, me dijo que se me iba a colocar, sobre la herida, una esponja que me mejoraría. Esto, en realidad consistía en un plástico, pegado sin fisuras sobre el abdomen, por encima de la esponja antes dicha, y a la que se aplicaba una máquina que absorbía el exudado, secaba la herida, y conseguía espaciar las curas a cuatro días.

¿Milagro?. Buen hacer. El dolor cedió y me permitió dormir y descansar. ¿Qué mejor se podía pedir?. Yo ya pensaba que en esta línea seria posible ver la luz del final del túnel.

Diez o doce días después, seco todo aquello que asemejaba a un plato llano, el Dr. Palomeque, en un alarde de habilidad quirúrgica, me llevo nuevamente al quirófano, y lo que parecía imposible, cerró totalmente toda la abertura.

Aprovecho la ocasión para decir, que si el dolor es un mal consejero y mi comportamiento, alguna vez, se extralimitó y no fue el adecuado, ruego sepan disculpar salidas de tono extemporáneas.

Una estancia en el hospital, nos es un sueño que nos desvele pero cincuenta días en el mismo, permiten conocer a todas las gentes que lo sustentan: personal facultativo, técnico sanitario y de multitud de servicios, y comprobar, en propia carne su bien hacer, su calidad de trabajo, su desenvoltura y empeño en su labor profesional, y a los que a todos, sin excepción, sin citar nombres, largo de enumerar, solo cabría decir, gracias, gracias, gracias…, pues todos forman y conforman el edificio emblemático de la ciudad de Motril que se llama Hospital de Santa Ana,

Sebastián Lorenzo Castillo.

Motril, a 3 de Marzo del 2012.






























lunes, 31 de enero de 2011

Y TUVIMOS COLEGIO












Sebastián Lorenzo coordinando el taller de juegos de ajedrez.

Cuando por concurso de traslado desde Albondón, llegué a Salobreña en septiembre de 1972, pretendía yo que mi estancia en la localidad se prorrogase el menor tiempo posible, tal vez dos o tres años, cuatro a lo sumo, y buscar otros aires, marchándome a Motril, mi pueblo natal y de residencia.

Sin que esto suponga ni se entienda como animadversión alguna a sus habitantes, el panorama de la enseñanza en al ciudad era deprimente, pues el desarrollo urbanístico y demográfico, ya de aquellos años, no se acompañaba de establecimientos y medios docentes algunos y se acrecentaba la desoladora realidad , con la habilitación de lúgubres locales, carentes de todo servicio e incluso de ventanas, suelo, enlucido, etc,

Y cuando después de natividad, por insistencia mía, el director escolar, D. Evaristo Corral García, de grato recuerdo, y yo, nos personamos en el Ayuntamiento a reclamar la limpieza, que en todo el trimestre, no se había realizado ni una sola vez, se nos advirtió, con gravedad en las palabras, que la asignación presupuestada para los colegios era pequeña y no alcazaba a tal y tal y tal.

Ante tamaña evasiva, contesté en desacuerdo mostrando que el consistorio (Ayuntamiento) presentaba un estado de limpieza y salubridad satisfactorio y no era más roja la sangre de los señores munícipes que la de los niños y maestros de nuestras escuelas.

Nos tuvimos que venir rápidamente, mis palabras enfurecieron al secretario que denostaba el que un maestro fuere quien para aseveraciones de ningún tipo, ¡o tempora! ¡o mores! (oh, tiempos; oh, costumbres).

Y si se pensaba que la virtud solo era un nombre , no había lugar al desánimo, no había mejor. Yo, como mis compañeros/as hacinaba cuarenta y cinco alumnos, de seis a siete años, en uno de esos locales descritos, de veintitantos metros cuadrados, cercano a un gran descampado, donde los pequeños, más exentos de riesgos callejeros, tenían sus recreos, jugaban y hacían sus necesidades.

Se decía que aquel solar se iba a construir un instituto, un edificio de categoría. La escuela no alcanzaba ese honor. Pues, ironías de aquellos tiempos, era la realidad, y no era vana la muletilla de “hambre del maestro”. Pero en frase de principio, si en el tiempo todo es mutable y nada es eterno, y se espera que el mal no se acreciente y se cambie a mejor, quiso la fortuna que en el Ministerio de Educación Nacional se decidiera la construcción de tres grupos escolares, con el dinero sobrante, no recuerdo de que otra partida.

Don Federico Mayor Zaragoza, ya nombre emblemático en la cultura del país y por ende trasciende sus fronteras, ex rector de la Universidad granadina y ahora en las tareas de gobierno, congratulado Granada y su provincia. tuvo a bien, orientar a las autoridades salobreñeras, para que preparasen solar y aprovechasen una ocasión “única” para la construcción de un colegio.

Con tamaño empuje, pronto comenzaron las mediciones y replanteos, que se demoraron un año más con nuevas reestructuraciones, pues su construcción sobre suelo de vega y pantanoso, las inundaciones hubieran arruinado, sino se aupa el edificio sobre pilares, la magnanimidad de ese gran proyecto escolar, cuya innovadora realización resalta de las añejas tónicas que hasta ahora se seguían.

Así, en dicho solar, se hizo la inversión o cambio de aquel edificio en otro, posiblemente tan o más prestigioso. Después, también nos alegramos cuando tuvimos Instituto, pero el camino hasta él pasa antes por la escuela.

En la inauguración, con asistencia de pueblo llano, autoridades locales, provinciales y todo el profesorado, la televisión, todavía extraña, plasmaba el acto, en el que el director escolar, D. Evaristo, estuvo muy locuaz, con un discurso florido sobre los vienes que, sin duda, este evento conllevaría a la sabiduría, ciencia y cultura de Salobreña, ciudad de la que se sentía tan orgulloso. Después le bromeábamos diciendo que se había aprendido bien la lección, que por qué tanto seseo. Él se sonreía y dejaba entrever, sin querer, la mella causa de dicho seseo.

Y tuvimos colegio, mi pretensión de traslado se me olvidó para siempre, y se colmaron sueños, necesidades y aspiraciones seculares: de padres, alumnos y profesores. Era un gran paso. Ya faltaba menos. Ahora, apremiaba su buen uso. No obstante, el ánimo y talante del profesorado, la situación se complicaba con la jubilación de D. Evaristo y la serie de directores interinos que le siguieron propiciaron un clima raro, de rechazo al cargo de algún compañero y las lógicas pretensiones de otros.

Pero el pequeño interregno se superó con acierto, sin devanarse en demasía los sesos eligiendo director al ultimo moro que llegó al Centro, y disculpad la científica y pretenciosa frase. El electo, diplomado en estas lides el año anterior en el Colegio Fabiola de Motril, se mostró cauto y decidido, aunando criterios, superando deficiencias, jamás se impuso. Hacíamos lo que queríamos, que era lo que debíamos.

E imprimió a la nave el rumbo preciso. Atrás quedaban ya las imposiciones y la pedagogía de: “ La letra, con sangre entra”. Este Zar reformador, dirían los rusos, es como sabéis, “el listillo de Lachar”, al que también llamamos: Antonio Vargas Vílchez.

Ya la labor, de enseñantes y enseñados, era tanto menos penosa, y casi había un espacio paran que cada cosa tuviere un lugar. Una medida, tope en el aprendizaje, fijó y elevó el nivel cultural para el nuevo colegio, ordenando y unificando el heterogéneo alumnado llegado de los distintos locales, con abismales diferencias, incluso, entre una y otra clase de un mismo nivel.

Y si estas líneas parecen el relato de las penas de antaño y las glorias de hogaño, es que la escuela, como la sociedad de que participa, también se ha beneficiado del progreso de esta, y entre los jóvenes años de este centro, tuvimos la gran suerte de pasar de la paupérrima miseria ancestral, al moderno bienestar sin reparos.

Y ya dulce amigo me retiro, y de cuanto simple amé rompí los lazos, pero una sonrisa plácida en el rostro de los que ya lo abandonaron, por jubilación o por el motivo que sea, imprime siempre el recuerdo de este cole.

sábado, 18 de diciembre de 2010

UNA NOCHE TOLEDANA

La expresión, “he pasado una noche toledana”, una mala noche, he dormido o descansado mal, por culpa de un problema, propio o ajeno, se refiere a una antigua frase que se pierde en la noche de los tiempos y que siempre se asoció a algún acontecimiento de no muy grato recuerdo y si alguna vez nos costó entender, ahora trataremos de esclarecer su significado en la medida que nos sea posible.

En lo que fuera antiguamente el barrio de Montichel, una de las siete colinas sobre las que se asienta Toledo, en el actual Paseo de San Cristóbal, aconteció uno de los episodios más obscuros y sangrientos de la historia toledana, lo que se conoce como: “Una Noche Toledana”.

Corría el año 190 de la Hégira, correspondiente al 812 de N. E. y gobernaba aquel Toledo sarraceno, llamado por los árabes Tolaitola, Jusuf-ben-Amru, joven déspota y cruel que oprimía al pueblo y a los nobles, ejerciendo su poder solo para deshonrar familias, raptando doncellas a las que humilla y daba muerte en el Alcazar-

Todo esto hizo que el pueblo se alzara contra Jusuf y tomara prácticamente la ciudad. Los nobles, que lograron imponerse bajo el mando de Muley, contuvieron las masas y tomaron las riendas de la sublevación.

Una comisión de nobles advirtió al joven gobernador de lo peligroso de la situación, pero este, ignorando los sabios consejos, envió su guardia personal a aplastar el levantamiento de la ciudad, por lo que viendo los nobles la desprotección de Jusuf, decidieron su captura y le enceraron en la Alcazaba, donde las masas desbordadas, entraron y acabaron con Jusuf y su tiranía.

Muley envió noticias, al Califa de Córdoba Al-Haken I, de lo sucedido al joven Jusuf, y el Califa cordobés mandó llamar a Amru, padre de Jusuf y estimado por el mismo Califa, a quien debía que Toledo siguiera bajo su mando, ya que Amru había conseguido dominar la rebeldía de Obeidah.

Así que no fue peor el remedio que la enfermedad, pues por mandato del Califa, fue nombrado sucesor de Jusuf, su propio padre, Amru, por lo que nobles y plebeyos presintieron malos augurios, represalias y venganzas que tomara el nuevo Wazir.

Sin embargo, ocurrió que Amru comenzó su gobierno de manera justa, tomando medidas populares y sociales con los más necesitados, y formando un equipo de asesores nobles, se ganó la simpatía del pueblo y de la aristocracia. Pero todo era ficción, ya que no podía olvidar la humillación y el triste final de su hijo, y cuando lo recordaba, la ira le invadía pidiendo venganza.

Y así, no todo iban a ser rosas, pues el Wazir tramaba para vengar a su hijo degollado salvajemente, y aprovechando la visita de Abderramán , príncipe heredero, que con 5000 jinetes se dirigía a Zaragoza, y para homenajear al primogénito del Califa planeó un gran banquete e invitó a la nobleza a su residencia.

Los nobles, confiados y engalanados, caminaban hacia el palacio del gobernador, donde era recibidos por la guardia mora, con toda clase de ceremonias y zalemas, para ser introducidos en el interior y donde parecía se iba a una gran noche de fiesta, pero cuando llegaban al banquete, era desviados a un lugar apartado, donde eran degollados y sus cuerpos arrastrados a un subterráneo.

Cuando Amru vio caer la ultima de las cabezas y los cuerpos de todos los que osaron revelarse contra su hijo, yacían a sus pies, exclamó: “Hijo mío, ya puedes dormir en paz, pues ya estas vengado”.

Fueron degollados muchísimos, crónicas hablan de cientos, otras de miles. Hasta que alguien gritó:

Toledanos, la espada, voto a Dios, la que causa ese vapor (de la sangre), y no el humo de las cocinas.

Al día siguiente un horrible espectáculo alumbró con la aurora. Los toledanos pudieron contemplar con horror las lívidas cabezas de los que habían sido sus principales señores de la ciudad, clavadas en las almenas del palacio del Wazir.

El joven príncipe Abderramán quedó horrorizado por la inesperada matanza, pero no tuvo fuerza ni valor para tomar una decisión y prosiguió su marcha hacia Zaragoza sin perder un instante.

sábado, 30 de octubre de 2010



  
RECUERDOS DE MI NIÑEZ 













Los recuerdos de mi niñez hasta los seis años son escasos, pero afortunadamente placenteros, pues hasta esa edad, si bien los acontecimientos memorables para la mente de un pequeño no son muy copiosos, nos deleita siempre que nos invade el recuerdo.

No obstante, traer a la memoria todo el bagaje de acciones de que fuimos actores o espectadores en nuestra niñez, no es tarea fácil, pero que no cunda el desánimo, y sin pretender recopilar todo el pasado, expongamos algunos de los hechos, cuyas reminiscencias aún perduran.
Así, casi siempre que la niñez es objeto de nuestro pensamiento. se repite el testimonio de los mismos hechos, que son los que por alguna circunstancia, quedaron mejor gravados, y del contenido de algunos de ellos haremos el comentario de lo que aún nos queda.

Y si las apetencias de los pequeños son siempre las mismas, varían con el tiempo, pues si entonces se deseaba un patín, como mejor, hoy seria unos patines o un ordenador, etc. Pero el coleccionismo es muy común entre los pequeños y al que seguidamente me referiré.

Coleccionábamos estampas que traían los caramelos, quizás de futbolistas, pues el nombre de Múgica, si mal no recuerdo, era el que más apetecía por su rareza o escasez, y sobre ello comentábamos mi vecino y amigo intimo, del que me separaba sólo para dormir, pues a pesar de ser siete u ocho años mayor que yo, tenia la paciencia de Job para soportar al pequeñajo que le seguía sin descanso, andando o en brazos y sin alternativa.

En estas lides era corriente el intercambio de estampas, y hablando de ello, en la puerta de su casa y frete a la mía, dije a mi amigo, espera, voy a mi casa por el ejemplar que deseas y tan rápido quise servirle, que de vuelta, atravesando la calle corriendo, caí y me clavé un casco de vidrio de botella en el pulpejo que me hizo un rasgón, en forma de triangulo de más de dos centímetros de lado, que su cicatriz es aún el recuerdo imperecedero.

A coserme el roto, me llevaron mis padres a un médico de la plaza de las palmeras y la costura se me hizo a dolor, pues el galeno dijo que carecía de calmante, y no chillaba nada mi menda, más que si fuera grande.

Pero, si yo era como la mascota que sigue a su dueño a todas partes, cierto día que mi amigo en mi casa, que también, para él era como la suya, se puso a beber agua, empinándose el botijo, pipote de arcilla roja, y yo, que no me separaba de él para nada, me puse debajo, embobado, viendo como bebía, a caliche, como se decía, lo que yo aún no era capaz, y querría aprender

Seguramente y no pensó o no me vio y cuando bajó el botijo, después de beber, y lo estrelló en mi cabeza de forma que, el circulillo de la base, dibujó en mi testa un semicírculo, también de cicatriz imperecedera.
Mi amistad con este chaval, sería causa del buen entendimiento entre ambas familias, pues para mi madre no había niño igual, y cuando ahora nos chuflamos, discutiendo, porque en ideas diferimos, me dice, con todo el sarcasmos bonachón que le caracteriza, no, si yo tenía que haber hecho caso a tu madre y haberte roto más la cabeza, haber si pensabas de otra forma.

Algunos días nos íbamos con los patines a la Posta, que era, entonces, el único pavimento liso en Motril, pues las calles todas eran de tierra y allí acudían muchos niños también con patines y carrillos de cuatro cojinetes, muy en boga y una delicia para la gente menuda, que venían a pasear y lucir su artefacto

Los coches, apenas si dos o tres, los que pasaban al día, no había peligro, pero nos apetecía verlos circular y poníamos el oído sobre asfalto para denotar si algún automóvil se acercaba del túnel abajo, lo que nunca se conseguía.Y estos serian algunos de los recuerdos de mi niñez, que sólo expongo por la precisión de solo tres folios.

Sebastián Lorenzo Castillo

viernes, 22 de octubre de 2010

FERNANDO VII





















El príncipe Fernando nació en el Escorial el 14/10/1784 y murió en Madrid el 29/09/1833. Era el noveno de 14 hijos que tuvieron los reyes Carlos IV y Maria Luisa de Palma, aunque ocho de sus hermanos murieron antes de 1800.

Con la subida al Trono de su padre en 1788, fue proclamado por las Cortes Príncipe de Asturias en el acto celebrado en el monasterio de San Jerónimo el 23/09/1789.

Su formación fue encomendada al religioso Felipe Scío, hombre modesto, culto e inteligente, y que al ser nombrado obispo de Sigüenza, es sustituido por Francisco Javier Cabrera, que a su vez, obispo de Orihuela, le sustituye el canónigo Juan Escóiquiz, quien inculcó al príncipe feroz odio a su padres y a Godoy, haciendo de su carácter un ser frío, reservado e impasible a cualquier sentimiento.

En 1802 se casó con Maria Antonia de Nápoles, esposa que le tomó afecto y le hizo afirmar su personalidad, pero tras el fallecimiento de la princesa en 1806, Escóiquiz recuperó toda su influencia sobre Fernando, alentándole a las conspiraciones. Por la primera en 1807, fue descubierta por una delación, Fernando fue juzgado en el proceso del Escorial, donde el príncipe denunció a todos su colaboradores y pidió perdón a sus padres, y el tribunal en manos de partidarios de la conspiración absolvió a todos los implicados.

En marzo de 1808 y ante la presencia de tropas francesas en España, la Corte se trasladó a Aranjuez, como parte del plan de Godoy de llevar la familia real a América, si la intervención francesa lo requiriese, Pero el día 17, el pueblo, instigado por Fernando y sus partidarios, asaltó el palacio del príncipe de la paz, y aunque Carlos IV se las arregló para salvar la vida del favorito, fue obligado a abdicar a favor de su hijo el día 19. Hechos que se conocen como el Motín de Aranjuez y que constituyen, por segunda vez en España, el destronamiento de un rey por su propio hijo, tras la de Alfonso X por Sancho IV el Bravo.

Acto seguido, Napoleón propuso reunirse con el rey Fernando, a lo que este accedió con la esperanza de que el Emperador le respaldase como rey de España, y después de varias propuestas de reunión: Madrid, La Granja, Burgos, San Sebastián, Fernando acudió a Bayona el 20/4/1808, sin pensar que caía prisionero en un exilio francés de seis años, y a cuya reunión solicitaron, también, asistir los reyes padres, que llegaron escoltados por tropas francesas el 30/4/1808, pensando reunirse con su favorito y que Napoleón lo impidió para que no les aconsejase hasta que todo estuviese consumado.

Las Abdicaciones de Bayona adquirieron tintes grotescos. Maria Luisa de Palma, mujer de Carlos IV, pidió a Napoleón que fusilase a su hijo. Napoleón obligó a Carlos IV a cederle sus derechos al trono de España , a cambio de un asilo en Francia para él, su mujer y su favorito, así como una pensión de 30 millones de reales anuales. Este como ya había abdicado, consideró que no cedía nada.

 A Fernando VII le exigió la devolución del trono a su padre que él había adquirido por coacción del Motín de Aranjuez, y en compensación recibiría un castillo y una pensión anual de 4 millones de reales y que aceptó el 6/5/1808, ignorando que ya su padre había renunciado a favor de Bonaparte, y que por tanto los derechos a la corona de España recaían en Napoleón, que los otorgó a su hermano que reinaría como José I Bonaparte.

Pero mientras Fernando permanecía recluido en Valençay, en Madrid, el pueblo se levanta en armas y asume por su cuenta la resistencia contra la ocupación francesa, dando lugar a los hechos del 2/5/1808 y comienzo de la Guerra de la Independencia Española, y 11/5/1808 el Consejo de Castilla invalidó las abdicaciones de Bayona y proclamó rey “in absentia” a Fernando VII en Madrid, y las Cortes de Cádiz redactaron y aprobaron la primera Constitución Española, 1812, La Pepa. y declararon a Fernando VII legitimo rey de la Nación Española y no cuestionan en modo alguno la persona del monarca.

Pero la catastrófica campaña napoleónica en Rusia de 1913, permitió a las tropas aliadas derrotar y expulsar a los franceses del país. José Bonaparte abandonó Madrid y Napoleón se aprestó a la negociación, Tratado de Valençay, reconociendo como rey a Fernando VII que regresó a España en 1814 y recuperaba su trono y todos los territorios y súbditos nacionales y extranjeros, y a cambio se avenía a la paz con Francia, el desalojo de los británico, neutralidad en la guerra que quedaba y perdón para los afrancesados, que no cumplió.

No obstante, el mito del Deseado y el inmenso entusiasmo popular de principio, desaparece como por encanto, cuando Fernando VII se revela como un soberano absolutista, que no satisface los deseos de sus súbditos, que por él tanto se habían expuesto, y le consideran aquel ser frío, sin escrúpulos, vengativo y traicionero que se ampara en una camarilla de aduladores y orienta su política a su propia supervivencia, persiguiendo a los liberales y derogando la Constitución de Cádiz con el apoyo del general Elio que protagoniza el primer pronunciamiento militar de la historia de España.

Tras seis años de guerra y devastación del país y la Hacienda, los gobiernos fernandinos no logran restablecer la situación, y en 1820 una sublevación militar del general Riego y después toda una serie de sublevaciones, obligan a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812 con la histórica frase:”Marchemos francamente, y yo el primero por la senda constitucional. Así comienza el Trienio Liberal Constitucional que pone medidas contra el absolutismo, los señoríos y la inquisición, Pero el rey que aparentaba aceptar la constitucionalidad, conspiraba secretamente para restablecer el absolutismo que logra por una nueva invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis.

La ultima etapa de su reinado llamada Década Ominosa y que consolida el absolutismo, se caracteriza por una represión durísima, persiguiendo a los liberales, mucho de los cuales fueron ahorcados, como Riego, el famoso guerrillero Juan Martín el Empecinado y la granadina, defesora de la liberta, Mariana Pineda, a garrote vil, y otros muchisimos.

 Se restablecieron los antiguos privilegios y mayorazgos, se volvió a la organización gremial. Se anuló todo lo hecho en el Trienio Liberal. Al tiempo que si bien los colonos españoles de América, al principio se levantaron, junto a los demás españoles, contra la traición napoleónica, pronto cambiaron de actitud ante la incapacidad de Fernando VII de reaccionar ante el proceso de emancipación que permitió prácticamente y que consolidó la independencia de la mayor parte de los territorios americanos o Imperio Español que se esfumó.

Los años finales del reinado se complicaron con la cuestión sucesoria, pues el rey a pesar de haber contraído matrimonio en tres ocasiones, solo de su cuarta esposa, su sobrina, Maria Cristina de Nápoles, tuvo sucesivamente, dos hijas: Isabel y Luisa Fernanda Pero la reina, joven y bella, se captó pronto la voluntad de su esposo a fin de asegurar la corona a su hija Isabel, y consiguió que el rey publicara la Pragmática Sanción, acordada en 1789 por Carlos IV, la cual abolía la ley sálica que excluía del trono a las mujeres.

Con ello se restablecía la tradicional sucesión española establecida en Las Paridas que permitía reinar a las mujeres a falta de varones. Pero esto, a su vez, excluía al infante, Carlos Maria Isidro, que en aras de la vigencia de ley sálica, y apoyado por realistas exaltados se perfilaba como sucesor, y muerto Fernando VII, disputó el trono a sobrina Isabel II en una larga y sangrienta Guerra Carlista.

Fernando VII ha merecido de los historiadores un unánime juicio negativo, pasando a los anales de la historia de España como Rey Felón, que aparte de los adjetivos que ya arriba le prejuzgan, le consideran personaje abyecto, que siempre deja sus acciones y promesas en entredicho.

Sin embargo, la condición de prisionero de Napoleón creó el mito del Deseado, mientras Fernando, creyendo que nada se podía hacer frente al poderío francés , pretendió unir sus intereses a los de Bonaparte, y su humillación le llevó al punto de organizar una fastuosa fiesta con brindis, banquete, concierto, iluminación y Te Deum, con ocasión de la boda de Napoleón con Maria Luisa de Austria, y más aún, mantuvo una correspondencia servil con el Corso, y cuando este, ya en su destierro de Santa Helena, la reprodujo, para que todos y en especial los españoles vieran su actuación, se apresuró a agradecer a su Emperador, con desvergüenza, que hubiere hecho público el amor que le profesaba.

Y estos escritos del Corso nos dejan una semblanza elocuente de la ruin personalidad de este rey. Helas aquí: “No cesaba Fernando de pedirme una esposa de mi elección; me escribía espontáneamente siempre que yo conseguía alguna victoria; expidió proclamas a los españoles para que se sometiesen; me ofreció a su hermano don Carlos para mandar los regimientos que iban a Rusia, cosas que de ningún modo tenía precisión de hacer. En fin, me instó vivamente para que le dejase ir a mi Corte de París, y si yo no me presté a lo que hubiera llamado la atención de Europa, probando de esta manera toda la estabilidad de mi poder, fue porque la gravedad de las circunstancias me llamaban fuera del imperio y mis frecuentes ausencias de la capital no me proporcionaban ocasión”.

Hoy, la perspectiva histórica de aquellos acontecimientos, se enjuicia de forma contradictoria, pues la derrota francesa, de que, en principio, los españoles se ufanaban, conllevaba el absolutismo trasnochado o vuelta atrás, a las transformaciones socio-económicas y políticas que España y Europa necesitaba, y un hipotético triunfo napoleónico, hubiera supuesto los Estados Unidos de Europa con 200 años de antelación.

viernes, 16 de julio de 2010

ISABEL II

En 1830 Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción, ley que restablecía el tradicional derecho sucesorio castellano de Las Partidas de acceso al trono de las mujeres si el monarca moría sin descendencia varonil.

En virtud de aquella norma, Isabel, hija de Fernando VII y de su cuarta esposa, Maria Cristina de Borbón, niña de tres años incumplidos, fue jurada Princesa de Asturias, y muerto su padre, en el mismo año, proclamada reina de España, bajo la tutela y regencia de su madre.

Pero su tío, Carlos María Isidro, en aras de la vigencia de la Ley Sálica, que impide el acceso femenino al trono, ya derogada por Calos IV y Fernando VII, se negó a reconocer como Princesa de Asturias y Reina a su sobrina, lo que desató la primera guerra carlista y dividió al país en dos bandos irreconciliables: cristinos o liberales, partidarios de la Regente y de su hija Isabel, apoyados por Francia e Inglaterra, países constitucionales; y los carlistas o absolutistas, defensores de la iglesia y de la tradición y ayudados de Prusia, Austria y Rusia.

La regencia de Maria Cristina, marcada por la guerra carlista, obligó a la Regente a buscar el apoyo de los liberales, los cuales veían en la opción isabelina posibilidades a sus ideas de progreso, y cuya consecuencia fue el Estatuto Real de 1834, que si supuso un retroceso frente a la Constitución de Cádiz, no obstante, la corona cedía poder político a las Cortes, -aunque se reservaba amplios poderes-, pero la Constitución Progresista de 1837, afirmaba el principio de soberanía nacional y la practica parlamentaria de un sistema bicameral: Congreso y Senado. Con estas reformas se dio un paso decisivo hacia las trasformaciones socio-económicas que alumbran el desarrollo de la sociedad capitalista, el liberalismo político y la modernización del país.

Sin embargo, la hostilidad de la Regente hacia los liberales y su política, su remilgos absolutistas, su matrimonio morganático, la preferencia por los moderados, en detrimento de los progresistas, las ramas que su actuaciones dividió a la familia liberal, su fracasado intento golpe palaciego, que costó la ejecución de los míticos cabecillas: Montes de Oca y Diego de León, dieron lugar a un creciente malestar social y a pronunciamientos militares que obligaron a la Regente a exiliarse y cuya regencia ocupó el general Espartero, jefe del Partido Progresista y héroe contra la Guerra Carlista, - Convenio Vergara y derrota de Cabrera en el Maestrazgo-.

Derrotado Espartero, después de tres años de predominio político progresista, y para evitar nueva regencia, se decidió adelantar la mayoría de edad de Isabel II, quien, por tanto, comenzó su reinado personal con solo trece años, pero su carácter aniñado, sin dotes de gobierno y presionada por su madre, la Corte, y los generales: Narváez, Espartero, O´Donnell, crearon una situación compleja de altibajos, que marcaron la política del resto del siglo XIX y parte del siguiente, e impidió que el tránsito del antiguo régimen absolutista a un modelo liberal, culminase favorablemente a las necesidades de progreso y del país.

Y en lo sucesivo, Isabel II inclinó sus preferencias hacia los moderados, e incumpliendo sistemáticamente su papel arbitral de reina constitucional, pues siempre llamó al mismo partido a formar gobierno, lo cual obligó a los progresistas a recurrir a la fuerza para tener opción de gobierno, con pronunciamientos militares, insurrecciones, algaradas callejeras.

La ignorancia y candidez de Isabel II se complicaron con su insatisfacción sexual, fruto del desgraciado matrimonio que, por razón de Estado, le impusieron a los dieciséis años de edad con su primo Francisco Asís, hombre apocado y homosexual, o bisexual según los diversos autores y al que la reina odiaba. Esto fue, sin duda, una elección desacertada que abocó a la infelicidad de Isabel y a la separación de los cónyuges en los primeros meses de la boda y que ella intentó compensar con una intensa y criticada vida amorosa, en brazos de una sucesión de amantes reales que, lógicamente adquirieron influencia e interfirieron en las decisiones de la corona. A Isabel II le nacieron once hijos, de los que solo cuatro llegaron a la edad adulta: Isabel, Alfonso, Pilar y Eulalia.

Uno de estos amantes, un rico llamado Santaella, sufragó los gastos de una estatua  de Isabel II, que se ubicó en una plaza de Madrid, y el día de su inauguración apareció pegado sobre la escultura un quinteto que decía:

"Santaella de Isabel
costeó la estatua bella
pero el eco del bulgo fiel
dice que no es santo él
ni tampoco santa ella."

No obstante, la España del reinado de Isabel II evolucionó respecto a la heredada de su padre, Fernando VII, sobretodo en el terreno económico, obras públicas -redes de carreteras y ferroviarias, canal de Isabel II - y estructura social, Pero estos cambios, vertiginosos en Europa, -la revolución industrial que cambiaba completamente la economía-, en España son lentos e inconstantes, pues la permanente guerra carlista y la incapacidad de organizar un estado liberal, impidió un proceso real de industrialización que se llevó a cabo en un país desarticulado, donde el desarrollo se daba sobretodo en la periferia -Cataluña, Málaga, Sevilla, Béjar, Alcoy-, por empresarios sin capacidad y unos dirigentes, que no solo no les apoyaban, sino que les veían con desconfianza

Isabel II reinó durante un periodo de transición en España, en la que la monarquía cedió poder al parlamento, pero puso continuas trabas a la participación ciudadana. Así, en el terreno de las luchas por las libertades democráticas, el falseamiento de las instituciones y la corrupción electoral -ningún partido perdió unas elecciones que hubiera organizado-, su reinado es la historia de un fracaso, y si hubo cambios fue por la interferencia de una casta miliar que cambiaba gobiernos a base de pronunciamientos de uno u otro signo.

Es una historia azarosa, como la época a la que ella dio nombre, que la harían pasar de una imagen positiva, de gozar de un gran cariño entre su pueblo, de ser la enseña de los liberales, frente al absolutismo, y una especie de símbolo de libertad y progreso, a ser repudiada y condenada como la representación misma de la frivolidad, lujuria, crueldad y deshonra de España, que intentaría barrer la revolución de 1868.

A más, los escándalos de palacio, aireados por su propio esposo, y de la camarilla religiosa oscurantista palaciega de la Corte, de consejeros y confesores, los padres Claret y Fulgencio y de la estrambótica moja de las llagas, sor Patrocinio, que aprovechando el sentimiento de culpabilidad y accesos religioso de la reina, hicieron sentir también su presencia y fueron causa de su descrédito ante el pueblo y la opinión liberal.

Isabel II, desde el comienzo de su reinado. inauguró la tónica de aupar diez años ininterrumpidos, 1844-54, de gobierno moderado, en el que el poder estuvo dominado por Narváez, que plasmó la Constitución de 1845, que refuerza el poder de la corona frente a los órganos de representación nacional, anula las conquistas del liberalismo progresista, paraliza el proceso de Mendizábal, establece relaciones con el papado que reconoce la legitimidad de Isabel II y se obliga a sostener el culto en compensación de los bienes de la iglesia desamortizados.

El descontento liberal, contra esta política represiva y absolutista, provocó una sublevación de O`Donnell, que dio paso al Bienio Progresista, 1854-56, marcada de nuevo por la influencia de Espartero. Pero una nueva interferencia militar abrió un proceso de alternancia entre los moderados de Narváez y un tercer partido de corte centrista, que duró cinco años, La Unión Liberal, liderado por O´donnell, que tuvo que desbaratar la intentona carlista de San Carlos de la Rápita, donde fue hecho prisionero el conde de Montemolín que hubo de renunciar a sus derechos para recobrar la libertad.

Pero los progresistas, excluidos del poder, se inclinan por la vía insurreccional, y esta vez exigen el destronamiento de Isabel, acusándola de intervensionismo partidista y desleal a la voluntad nacional, lo que acabó por causar su final, al dar paso a la revolución de 1868.

La situación no era fácil, O´Donnell se retiró agotado de la vida política. Muerto Narváez el 23/04/68, le sucedió el autoritario, González Bravo, que ordenó a la guardia civil disolver la manifestación de catedráticos y estudiantes de la noche de San Daniel que produjo nueve muertos, y creyó impedir la revolución desterrando a varios generales, pero solo consiguió precipitarla, se hundía el sistema moderado y arrastraba consigo a la corona, ya que la revolución estaba fraguada, y el fin de la monarquía se acercó el 19/09/68 con La Gloriosa, al grito “¡Abajo los Borbones!, ¡Viva España con honra¡”. Isabel II de vacaciones en Guipúzcoa y abandonada de todos, marcha al exilio francés.

En 1870 abdicó en su hijo y confió, a Canovas del Castillo, la defensa en España de la restauración dinástica, que se logró, tras el fracaso del Sexenio Democrático, en 1874, con la entronización de su hijo, Alfonso XII. La reina madre, símbolo del pasado y desprestigio de los Borbones, regresó a España en 1876, severamente vigilada y bajo la prohibición de cualquier actividad política, y las desavenencias con el gobierno de Canovas, le decidieron a exiliarse definitivamente en París, separada de su esposo y de la política activa, donde permaneció durante treinta años, resentida y aislada, sobreviviendo a su madre 1878 su hijo 1885, su marido 1902 y a la mayor parte de sus amantes y amigos.

Murió en la mañana del 9/4/1904 en su residencia parisina. Sus restos fueron trasladados al Escorial para darle sepultura en el Panteón de los Reyes y como epitafio podemos citar las palabras de Pérez Caldos que la entrevistó poco antes de su muerte y en las que extremó su magnanimidad. Helas aquí:

El reinado de Isabel se irá borrando de la memoria, y los males que trajo, así como los bienes que produjo, pasaran sin dejar rastro. La pobre reina , tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y arrojada del reino, baja al sepulcro sin que la muerte avive los entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa; en el se verá el origen y embrión de no pocos vicios de nuestra política; pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón y a la caridad , como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue el haber nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación para tan tierna mano”.

miércoles, 2 de junio de 2010

JUANA LA LOCA





















Juana, infanta de Castilla y Aragón fue la tercera hija de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel. Nació en Toledo el 06/11/1479 y recibió el nombre del santo patrón de la familia, al igual que su hermano mayor, Juan.

Desde pequeña fue muy inteligente y recibió una esmerada educación, quizas demasiado rígida tanto por parte de su madre como de sus maestros, propia de una infanta y probable heredera de Castilla, basada en la obediencia más que en el gobierno, propio de la instrucción de príncipes, Alumna aventajada en comportamiento religioso, urbanidad, entrenada jinete y buenas maneras, propias de la corte, sin desestimar danza y música, lenguas romances de la Península además de francés y latín.

Como ya era costumbre en la Europa de su tiempo, los Reyes Católicos negociaban los matrimonios de sus hijos en función de sus intereses estratégicos, y conscientes de las aptitudes de Juana y la necesidad de reforzar los lazos con el Sacro Emperador Romano Germánico, Maximiliano de Habsburgo, en contra de los hegemónicos monarcas franceses, ofrecieron al Emperador la mano de Juana para su hijo Felipe, Archiduque de Austria, y a cambio pidieron la de su hija Margarita de Austria, como esposa para el príncipe Juan.

Aunque Juana y Felipe no se conocían, al verse, se enamoraron locamente. No obstante, Felipe pronto perdió el interés en la relación, lo que hizo nacer en Juana unos celos patológicos , que se agudizaron con la llegada de sus hijos: Leonor, Carlos e Isabel, y ya después, Fernando, Maria y Catalina que fue póstuma.

Pero el destino reservaba una mala jugada a los confiados y satisfechos, por los triunfos conseguidos, Reyes de Castilla. La muerte, la insaciable destructora de vidas, comenzó a trabajar sin descanso, llevándose a los herederos, uno tras otro, aquellos que debían continuar y hacer de España la nación más poderosa del universo de entonces.

Y Juana comenta: Isabel se estremecería cuando vio que la muerte detuvo su siniestro ante mí, la tercera de sus hijas, a la que menos amó, y a la que había alejado de su lado, casándola con un austriaco, que, ironías de destino, instauraría en España una dinastía extrajera, que era lo, que precisamente, más odiaban y temían.

Algo indescriptible debió de invadirla, y queriendo salvar del inevitable naufragio su continuo quehacer, redactó y firmó el codicilo que debía separar los Reinos al declararme única propietaria de Castilla. Mi padre lo consideró un disparate, al ver que se le escapaban las riendas del poder, y la hizo recapacitar para que le nombrara regente, en caso de que yo estuviera ausente del los Reinos.

Con ello firmó mí condena, sometiéndome a la más canallesca conducta del avariento Fernando de Aragón, del que no podía sospechar que me sacrificaría tan cruelmente, cuando con astucias y engaños consiguió las riendas del Estado a la muerte de la Reina.

Muertos sus hermanos Juan e Isabel, así como el hijo de esta, el Infante portugués Miguel (1500), Juana se convirtió en la heredera única de Castilla y fue jurada, junto a su esposo, por las Cortes de Toledo, el 22/05/1479 .

Pero la ambición de sus seres más queridos, que ninguno la amó, la hizo victima propiciatoria para que ardiera en holocausto incomprensible. pues su apasionado temperamento no le permitía razonar y disculpar las ofensas e infidelidades de Felipe, y en esto se apoyó él para pedir al traidor Moxica que llevara un diario con las excentricidades, lo que llamaron fanatismos, para demostrar que su razón no era lógica y que las nubes de la locura la habían invadido como a su abuela materna.

Todo esto y más lo supe después, cuando ya me tenían internada en Tordesillas dice, Juana, pero cuando se le presenta la ocasión de hablar libremente, su razón brilla con fulgores de absoluta verdad, lo que atemoriza a sus verdugos, porque pone al descubierto la villanía, y como, su propio padre y su marido, Felipe, pactaron repartirse el poder y tenerme al margen del gobierno de los estados, a pesar de lo dispuesto por la reina, y después de la felonía de ambos, mi hijo, en el que en ciertos momentos puse mis esperanzas, siguió la conducta de ellos, y me mantuvo no solo alejada del poder, sino de la vida misma.

Y continua, no podemos negar que nuestra dinastía comenzó bajo el peso de un crimen y se afirmó en un charco de sangre, pero las secuelas de este asesinato, cometido por Enrique de Trastámara, han pesado sobre todos sus descendientes.

Mi madre, Isabel, descendiente del fratricida Enrique II, consiguió sentarse en el trono que usurpó, con premeditación y alevosía, a su sobrina y ahijada, mal apodada la Beltraneja, porque no había duda de que sí era hija de mi tío, el vilipendiado Enrique IV. Y Beltrán de la Cueva, a quien le adjudicaron la paternidad de la princesa, jamás la defendió, dato que demuestra que no era su hija.

Pero el acoso y la persecución a la infeliz e inocente heredera, de doce años al morir su padre, se hizo tan despiadadamente, que tuvo que huir a Portugal , bajo la protección de su tío, Alfonso V, y, apoyándose en causas políticas, se la obligó a vestir el sayal de monja de clausura de donde jamás saliera. Y pienso que los matrimonios de mis hermanas, Isabel y María, con el Rey de Portugal tenían como principal motivo el mantener en su sitio a su prima la enclaustrada.

En esa ergástula permaneció cincuenta años. Quizás casi los mismos que a mí me sean en Tordesillas. Ella por la avaricia, la inquina, y el odio de mi madre. Y yo, por la ambición de mi padre, mi esposo y mi hijo. El nefasto pecado se proyectó sobre todos nosotros. La muerte sobre mis hermanos y sobrinos, iniciaron el calvario de Isabel de Trastámara, y el mío, ser la victima inocente de los seres más allegados, y que en lugar de ser mis defensores, fueron mis verdugos, apoyados en la razón de estado, que tampoco podían manifestar, pues hubieran descubierto su coartada.

Y yo, lo repito y lo repetiré mil veces, fui la victima de todos ellos. Me convirtieron en la eterna prisionera. La muerta en vida. El ser que nadie debía ver, ni hablar. A quien hicieron consumir su existencia entre los muros de un castillo, con crueles carceleros, y a quien apodaron: Juana la Loca.