Jirones de la Historia

Este es un blog dedicado a todas aquellas personas interesadas o amantes de episodios de nuestra Historia.


Alejandro Magno contra el Cínico


Uno altivo y otro sin ley,
así dos hablando estan.
Yo soy Alejandro el rey,
yo soy Diógene el Can.

Vengo a hacerte más horada tu vida de caracol.
A si, pues no me tapes el sol







lejandro





sábado, 18 de diciembre de 2010

UNA NOCHE TOLEDANA

La expresión, “he pasado una noche toledana”, una mala noche, he dormido o descansado mal, por culpa de un problema, propio o ajeno, se refiere a una antigua frase que se pierde en la noche de los tiempos y que siempre se asoció a algún acontecimiento de no muy grato recuerdo y si alguna vez nos costó entender, ahora trataremos de esclarecer su significado en la medida que nos sea posible.

En lo que fuera antiguamente el barrio de Montichel, una de las siete colinas sobre las que se asienta Toledo, en el actual Paseo de San Cristóbal, aconteció uno de los episodios más obscuros y sangrientos de la historia toledana, lo que se conoce como: “Una Noche Toledana”.

Corría el año 190 de la Hégira, correspondiente al 812 de N. E. y gobernaba aquel Toledo sarraceno, llamado por los árabes Tolaitola, Jusuf-ben-Amru, joven déspota y cruel que oprimía al pueblo y a los nobles, ejerciendo su poder solo para deshonrar familias, raptando doncellas a las que humilla y daba muerte en el Alcazar-

Todo esto hizo que el pueblo se alzara contra Jusuf y tomara prácticamente la ciudad. Los nobles, que lograron imponerse bajo el mando de Muley, contuvieron las masas y tomaron las riendas de la sublevación.

Una comisión de nobles advirtió al joven gobernador de lo peligroso de la situación, pero este, ignorando los sabios consejos, envió su guardia personal a aplastar el levantamiento de la ciudad, por lo que viendo los nobles la desprotección de Jusuf, decidieron su captura y le enceraron en la Alcazaba, donde las masas desbordadas, entraron y acabaron con Jusuf y su tiranía.

Muley envió noticias, al Califa de Córdoba Al-Haken I, de lo sucedido al joven Jusuf, y el Califa cordobés mandó llamar a Amru, padre de Jusuf y estimado por el mismo Califa, a quien debía que Toledo siguiera bajo su mando, ya que Amru había conseguido dominar la rebeldía de Obeidah.

Así que no fue peor el remedio que la enfermedad, pues por mandato del Califa, fue nombrado sucesor de Jusuf, su propio padre, Amru, por lo que nobles y plebeyos presintieron malos augurios, represalias y venganzas que tomara el nuevo Wazir.

Sin embargo, ocurrió que Amru comenzó su gobierno de manera justa, tomando medidas populares y sociales con los más necesitados, y formando un equipo de asesores nobles, se ganó la simpatía del pueblo y de la aristocracia. Pero todo era ficción, ya que no podía olvidar la humillación y el triste final de su hijo, y cuando lo recordaba, la ira le invadía pidiendo venganza.

Y así, no todo iban a ser rosas, pues el Wazir tramaba para vengar a su hijo degollado salvajemente, y aprovechando la visita de Abderramán , príncipe heredero, que con 5000 jinetes se dirigía a Zaragoza, y para homenajear al primogénito del Califa planeó un gran banquete e invitó a la nobleza a su residencia.

Los nobles, confiados y engalanados, caminaban hacia el palacio del gobernador, donde era recibidos por la guardia mora, con toda clase de ceremonias y zalemas, para ser introducidos en el interior y donde parecía se iba a una gran noche de fiesta, pero cuando llegaban al banquete, era desviados a un lugar apartado, donde eran degollados y sus cuerpos arrastrados a un subterráneo.

Cuando Amru vio caer la ultima de las cabezas y los cuerpos de todos los que osaron revelarse contra su hijo, yacían a sus pies, exclamó: “Hijo mío, ya puedes dormir en paz, pues ya estas vengado”.

Fueron degollados muchísimos, crónicas hablan de cientos, otras de miles. Hasta que alguien gritó:

Toledanos, la espada, voto a Dios, la que causa ese vapor (de la sangre), y no el humo de las cocinas.

Al día siguiente un horrible espectáculo alumbró con la aurora. Los toledanos pudieron contemplar con horror las lívidas cabezas de los que habían sido sus principales señores de la ciudad, clavadas en las almenas del palacio del Wazir.

El joven príncipe Abderramán quedó horrorizado por la inesperada matanza, pero no tuvo fuerza ni valor para tomar una decisión y prosiguió su marcha hacia Zaragoza sin perder un instante.