Jirones de la Historia

Este es un blog dedicado a todas aquellas personas interesadas o amantes de episodios de nuestra Historia.


Alejandro Magno contra el Cínico


Uno altivo y otro sin ley,
así dos hablando estan.
Yo soy Alejandro el rey,
yo soy Diógene el Can.

Vengo a hacerte más horada tu vida de caracol.
A si, pues no me tapes el sol







lejandro





miércoles, 2 de junio de 2010

JUANA LA LOCA





















Juana, infanta de Castilla y Aragón fue la tercera hija de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel. Nació en Toledo el 06/11/1479 y recibió el nombre del santo patrón de la familia, al igual que su hermano mayor, Juan.

Desde pequeña fue muy inteligente y recibió una esmerada educación, quizas demasiado rígida tanto por parte de su madre como de sus maestros, propia de una infanta y probable heredera de Castilla, basada en la obediencia más que en el gobierno, propio de la instrucción de príncipes, Alumna aventajada en comportamiento religioso, urbanidad, entrenada jinete y buenas maneras, propias de la corte, sin desestimar danza y música, lenguas romances de la Península además de francés y latín.

Como ya era costumbre en la Europa de su tiempo, los Reyes Católicos negociaban los matrimonios de sus hijos en función de sus intereses estratégicos, y conscientes de las aptitudes de Juana y la necesidad de reforzar los lazos con el Sacro Emperador Romano Germánico, Maximiliano de Habsburgo, en contra de los hegemónicos monarcas franceses, ofrecieron al Emperador la mano de Juana para su hijo Felipe, Archiduque de Austria, y a cambio pidieron la de su hija Margarita de Austria, como esposa para el príncipe Juan.

Aunque Juana y Felipe no se conocían, al verse, se enamoraron locamente. No obstante, Felipe pronto perdió el interés en la relación, lo que hizo nacer en Juana unos celos patológicos , que se agudizaron con la llegada de sus hijos: Leonor, Carlos e Isabel, y ya después, Fernando, Maria y Catalina que fue póstuma.

Pero el destino reservaba una mala jugada a los confiados y satisfechos, por los triunfos conseguidos, Reyes de Castilla. La muerte, la insaciable destructora de vidas, comenzó a trabajar sin descanso, llevándose a los herederos, uno tras otro, aquellos que debían continuar y hacer de España la nación más poderosa del universo de entonces.

Y Juana comenta: Isabel se estremecería cuando vio que la muerte detuvo su siniestro ante mí, la tercera de sus hijas, a la que menos amó, y a la que había alejado de su lado, casándola con un austriaco, que, ironías de destino, instauraría en España una dinastía extrajera, que era lo, que precisamente, más odiaban y temían.

Algo indescriptible debió de invadirla, y queriendo salvar del inevitable naufragio su continuo quehacer, redactó y firmó el codicilo que debía separar los Reinos al declararme única propietaria de Castilla. Mi padre lo consideró un disparate, al ver que se le escapaban las riendas del poder, y la hizo recapacitar para que le nombrara regente, en caso de que yo estuviera ausente del los Reinos.

Con ello firmó mí condena, sometiéndome a la más canallesca conducta del avariento Fernando de Aragón, del que no podía sospechar que me sacrificaría tan cruelmente, cuando con astucias y engaños consiguió las riendas del Estado a la muerte de la Reina.

Muertos sus hermanos Juan e Isabel, así como el hijo de esta, el Infante portugués Miguel (1500), Juana se convirtió en la heredera única de Castilla y fue jurada, junto a su esposo, por las Cortes de Toledo, el 22/05/1479 .

Pero la ambición de sus seres más queridos, que ninguno la amó, la hizo victima propiciatoria para que ardiera en holocausto incomprensible. pues su apasionado temperamento no le permitía razonar y disculpar las ofensas e infidelidades de Felipe, y en esto se apoyó él para pedir al traidor Moxica que llevara un diario con las excentricidades, lo que llamaron fanatismos, para demostrar que su razón no era lógica y que las nubes de la locura la habían invadido como a su abuela materna.

Todo esto y más lo supe después, cuando ya me tenían internada en Tordesillas dice, Juana, pero cuando se le presenta la ocasión de hablar libremente, su razón brilla con fulgores de absoluta verdad, lo que atemoriza a sus verdugos, porque pone al descubierto la villanía, y como, su propio padre y su marido, Felipe, pactaron repartirse el poder y tenerme al margen del gobierno de los estados, a pesar de lo dispuesto por la reina, y después de la felonía de ambos, mi hijo, en el que en ciertos momentos puse mis esperanzas, siguió la conducta de ellos, y me mantuvo no solo alejada del poder, sino de la vida misma.

Y continua, no podemos negar que nuestra dinastía comenzó bajo el peso de un crimen y se afirmó en un charco de sangre, pero las secuelas de este asesinato, cometido por Enrique de Trastámara, han pesado sobre todos sus descendientes.

Mi madre, Isabel, descendiente del fratricida Enrique II, consiguió sentarse en el trono que usurpó, con premeditación y alevosía, a su sobrina y ahijada, mal apodada la Beltraneja, porque no había duda de que sí era hija de mi tío, el vilipendiado Enrique IV. Y Beltrán de la Cueva, a quien le adjudicaron la paternidad de la princesa, jamás la defendió, dato que demuestra que no era su hija.

Pero el acoso y la persecución a la infeliz e inocente heredera, de doce años al morir su padre, se hizo tan despiadadamente, que tuvo que huir a Portugal , bajo la protección de su tío, Alfonso V, y, apoyándose en causas políticas, se la obligó a vestir el sayal de monja de clausura de donde jamás saliera. Y pienso que los matrimonios de mis hermanas, Isabel y María, con el Rey de Portugal tenían como principal motivo el mantener en su sitio a su prima la enclaustrada.

En esa ergástula permaneció cincuenta años. Quizás casi los mismos que a mí me sean en Tordesillas. Ella por la avaricia, la inquina, y el odio de mi madre. Y yo, por la ambición de mi padre, mi esposo y mi hijo. El nefasto pecado se proyectó sobre todos nosotros. La muerte sobre mis hermanos y sobrinos, iniciaron el calvario de Isabel de Trastámara, y el mío, ser la victima inocente de los seres más allegados, y que en lugar de ser mis defensores, fueron mis verdugos, apoyados en la razón de estado, que tampoco podían manifestar, pues hubieran descubierto su coartada.

Y yo, lo repito y lo repetiré mil veces, fui la victima de todos ellos. Me convirtieron en la eterna prisionera. La muerta en vida. El ser que nadie debía ver, ni hablar. A quien hicieron consumir su existencia entre los muros de un castillo, con crueles carceleros, y a quien apodaron: Juana la Loca.

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